Cuando sentimos que nuestra vida se ha quedado estrecha, que no nos basta con lo que somos, nos servimos de la imaginación como antídoto y guía. Gracias a la imaginación, podemos desafiar los condicionantes no elegidos y proyectar la existencia más allá de sus confines; podemos vivir otras vidas, que se alimentan no solo del encuentro con otras personas y situaciones reales, sino también de figuras y modelos procedentes de textos literarios y de los medios de comunicación. Desde que los modelos con los que identificarse se han ampliado, poblándose de celebridades, la construcción de un yo autónomo se ha vuelto más incierta.
En este contexto, Bodei nos invita a «crecer sobre sí y alejarse de sí»: apropiarnos de nuestra mejor parte y, a la vez, experimentar trayectorias alternativas. En el fondo, no existe un yo compacto, un todo unitario del que se pueda ser dueño absoluto. Cada uno de nosotros es el fruto de una continua reinvención de sí e interacción con los demás: es en la propia identidad donde crece la diferencia, con todas las dificultades, las ansias, los extravíos que esto comporta. Ser huéspedes de la vida quiere decir vivir en el límite entre interior y exterior, identidad y diferencia, sí mismo y otro.
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